miércoles, 15 de abril de 2009

Otramierdasinsentidoqueseescribeaaltashorasdelamañanamientrasteaburres

Y allí estaba yo, comiéndome las uñas con ese ansia que siempre me ha caracterizado. Al otro lado de la pared estaban sacándole a mi perro fuera lo que fuese lo que se había tragado.

-Señor, su perro corre grave peligro.
-¿Qué se tragó ese cenutrio?
-Perro, señor.
-Ya lo sé.

Supuse que parecería un loco, dos de mis dedos sangrando, no debí tirar tan fuerte. Me miraba extrañada, ya decía yo que era una urgencia, pero una pasada con el peine no hubiera venido mal.

- Aún no lo sabemos, pero se ha desplazado.
- ¿Ya puede respirar?
- Sí, con dificultad.

¿Cómo podía haberse tragado aquello? Vale que siempre sintió una fuerte debilidad por las cajas, desde cachorro, pero era la herencia del Tío Pascual. Ni siquiera sé lo que me dio ese loco y mi perro ya lo tiene en la garganta. Igual que con mi última novia.

- Señorita, usted trabaja durante toda la noche.
- Hoy estoy de guardia, pero eso no viene a cuento, señor. Si me disculpa, voy a ver como sigue evolucionando su perro.

Maldita silla, dura, no como las del notario, esas sí eran cómodas. El notario, Tío Pascual, menudos cabrones. Yo que me esperaba algo de dinero de ese rácano, pues no, una caja con algo que se ha tragado mi perro. Al menos es un alivio, es algo grande, espero sea de oro.

- Señor, ¿quiere un pañuelo?

Joder, sangre hasta en la corbata.

- No se moleste, suele pasarme.

No fuerces la sonrisa, llevas media botella de whisky encima. Jodido Pascual. Qué oro ni qué perro muerto, ¿a quién le ha dejado el dinero? Las royas sin duda fueron para mi primo, salió al Pascual. La casa para la maniática de mi hermana. Ya mí una jodida caja con algo dentro.

Me miran mal. Chucho sarnoso, tenías que ahogarte justo hoy. Vaya decepción, una caja. claro y no se me ocurrió otra cosa que agarrar la botella del mueble.

Mira, ha salido el de la bata.

- Señor, puede pasar a ver a su perro.

Bien ahora sabré mi herencia.

- Su perro no podrá comer ni ladrar en una temporada.

Fíjate tú que bien, no ladrará y a cambió tendré que hacerle papillas. Míralo, ahí tumbadito en la camilla. Ya está con la dichosa mirada de perro perdido.

- Hola chico, ahora nos vamos a casa, tranquilo.

El perro también está sucio, madre mía, a saber que habrán pensando de mí.

- Perdone, ¿qué se había tragado?

Se ríe, el muy cerdo se ríe.

- Señor, ha tenido usted una preciosa estatuilla del generalísimo, enhorabuena.

¡¿Qué?! Espera, me la ha puesto en las manos. Me cago en mi tío, ¡¿qué mierdas es esto?! Tíralo al suelo. Joder, puto perro, siempre en medio.

Y allí estaba yo, al otro lado de la pared, con un perro muerto fusionándose con una estatuilla de cobre, los dedos sangrando y media botella de whisky esperándome en casa.


Aiva la hostia.